Una dieta saludable
- Justin Jaquith
- 21 abr 2020
- 1 Min. de lectura
El hombre se miró en el espejo. Había subido por lo menos diez kilos. Entre las posadas, fiestas de Año Nuevo y las roscas de Reyes, el invierno resultó ser cruel no tanto por su frío, sino por sus calorías.
En febrero, decidió tomar medidas drásticas. Se inscribió al gimnasio y empezó a hacer ejercicio. Aprendió a hacer yoga. Se compró Coca Light por mayoreo. Pero más que todo, cambió su dieta. En su cumpleaños en marzo, solo comió ensalada y fruta picada. “Por lo menos de la diabetes no me muero” se dijo, mientras intentaba satisfacerse con una hoja marchitada de lechuga.
En abril, de vacaciones en la playa, rehusó el camarón empanizado relleno de queso y envuelto en tocino que solía disfrutar y se contentó con pescado al vapor, sin sal, sin salsas y sin felicidad. “Por lo menos de un infarto no me muero”, se consoló.
Durante diez meses sufrió una vida saludable. Hasta diciembre, cuando en una fiesta fresón, se encontró frente a la barra de postres, que por ironía negra se había colocado al lado de la barra de ensaladas.
Fue fuerte, sin embargo. Ni las donas, ni los pasteles, ni los pays, ni las gelatinas le pudieron conquistar. Optó por brócoli con sal y pimienta, y salió al jardín.
Ahí encontraron su cuerpo un rato después, con un trozo de verdura atorado en su garganta. Por comer saludable se murió.
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